Muy poco se sabe de la vida y trabajos de los demás apóstoles.
Santiago el mayor, permaneció algún tiempo en Judea y, según afirman tradiciones del siglo VII, hubiera ido a predicar a España, convirtiendo algunos a Cristo, de entre los cuales, siete, ordenados más tarde por San Pedro, fueron los fundadores de algunas Iglesias de España.
Tradiciones del
siglo V dicen que, a petición de la Virgen María, el
Apóstol le dedicó un modesto oratorio en Zaragoza. En siglos posteriores fue
sustituido por un amplio templo que, en el siglo XIV recibió el nombre del Pilar,
por estar la imagen de la Virgen sobre una columna de mármol.
El apóstol Santiago volvió a Judea, donde fue degollado por orden de Herodes Agripa, hacia los años de 42 a 44. Su cuerpo, según antiquísima tradición española que remonta al siglo IX, se venera en la ciudad de Compostela.
Santiago el Menor
fue obispo de Jerusalén. Su Vida santa le mereció por
parte de los mismos Judíos el sobrenombre de justo. Pero, por la envidia y el odio
de los príncipes de los Sacerdotes y de los fariseos fue arrojado desde lo alto del
templo y apedreado.
San Juan,
hermano de Santiago el Mayor vivió con la Virgen Santísima en
Jerusalén. Antes del sitio de esta ciudad por los romanos salió para Efeso
cuya Iglesia, fundada por San Pablo, gobernó por muchos años.
Tertuliano nos dice que fue llevado a Roma en el reinado de Domiciano y condenado a morir en una caldera de aceite hirviendo. De allí salió milagrosamente ileso. Desterrado a la Isla de Patmos escribió el Apocalipsis (o profecía). A la muerte de Domiciano volvió a Efeso, donde murió de avanzada edad. Escribió el Evangelio que lleva su nombre.
San Andrés
evangelizó la Escitia y la Tracia. Fue crucificado en Patras
de Grecia y el relato su martirio fue escrito por sacerdotes de aquella Iglesia.
Si las noticias referentes a los demás apóstoles son aun más inciertas puede, sin embargo, afirmarse que todos coronaron su vida por el martirio, sellando con su sangre la verdad de sus enseñanzas.