El primero de los pueblos bárbaros que se convirtió al catolicismo fue el de los Francos. Aunque pagano, su jefe Clodoveo respetaba a los Obispos y, en 493, se casó con una princesa católica, Clotilde, cuyas oraciones y consejos ayudaron a la obra apostólica de San Ramigio, obispo de Reims. En una batalla entre Alemanes y Francos, éstos iban cediendo cuando su rey acordándose de las exhortaciones de Clotilde, invocó a Cristo: "Jesucristo, de quien Clotilde dice ser Dios, te invoco, dame la victoria y creeré en ti".
Vencedor, Clodoveo cumplió su palabra: instruido en la fe por San Vedasto, sacerdote de Toul, fue bautizado en Reims, por San Remigio el 25 de diciembre del 496. Con él recibieron el bautismo 3.000 guerreros suyos.
Del Bautisterio de Reims, salió verdaderamente el Reino de los Francos. Clodoveo reunió bajo su cetro casi toda la antigua Galia y la parte de Germania de donde eran originarias las tribus Francas. Procuró enmendar la legislación Franca e impregnarla del Evangelio. Cierto es que el bárbaro no desapareció del todo en Clodoveo; sin embargo, mereció la gratitud de la Iglesia y la de sus pueblos. Clodoveo puso a la ley Sálica esta sublime invocación a Cristo: "Viva Cristo amigo de los Francos. Guarde El sus reinos y llene sus jefes de la luz de la gracia... Dirija el Señor Jesucristo en los caminos de la piedad los reinados de quienes gobiernan".